Sé que intentar escribir algo bueno hoy en día no es fácil. Acabo de empezar y tropezaré mil veces, pero de momento sobra ilusión para intentarlo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

LIBRO


España, Septiembre 2012

Llegaba tarde. Yo nunca llegaba tarde, no podía creer que me pasase el primer día de clase. Me arrastré por los pasillos deseando que no hubiera sonado la campana todavía. Estaba en la clase de primero de bachillerato A, al final del segundo pasillo en el edificio oeste. Derrapé por las baldosas porque había entrado por la puerta norte y llegaba bastante tarde. Tenía la bolsa colgada de un hombro y se me escurría, pero sacudí el brazo e intenté recolocarla sin llegar a pararme. Finalmente frené delante de la puerta, aún abierta y sin profesor dentro.

Jadeando, entré en la clase y miré alrededor. Por suerte nadie parecía prestarme atención, estaban demasiado ocupados en contarse las nuevas del verano recién terminado.

Una mano se agitó al final de la clase y me arrastré hasta allí. Yo jamás me hubiese sentado al fondo de la clase en un curso tan importante, pero mis amigas habían llegado sin mí. Me apoyé en una de las mesas mientras respiraba profundo, intentando que se borrasen los puntitos rojos que no dejaban de centellear delante de mis pupilas. No debía hacer esfuerzos, no estaba acostumbrada.

-¿Por qué no me habéis pasado a buscar? –acusé mirándolas una a una a los ojos.

-No habíamos quedado, nena –Isabel rio a mi lado. La observé un segundo. El verano le había sentado genial, medía más de metro setenta, tenía el pelo rubio y largo y ojos grisáceos. Además, tenía las piernas más largas que había visto nunca. Insistía en decirle que tenía el cuerpo pequeño, pero lo cierto es que tenía piernas larguísimas y me moría de la envidia. Además ahora estaba más morena que nunca.

Se habían sentado por parejas. A la derecha de la clase estaban Isabel y Julia; a la izquierda, Michelle y Silvia. Éramos cinco y cada primer día pasaba lo mismo: una se quedaba sola. Sabía que había quedado con ellas para venir juntas y que no habían pasado a posta: me tocaba a mí quedarme sola.

Suspiré a la vez que me sentaba en la última fila, detrás de Silvia, porque no quedaban más asientos libres y mis amigas estaban allí. El timbre sonó al fin cuando aún no había recuperado un ritmo de respiración normal. Dejé la bolsa con un par de cuadernos sobre la mesa y suspiré.

-Sois unas cabronas –susurré en voz baja. Michelle rio. Era la tímida del grupo, junto conmigo. Tenía el pelo rojizo y cortito, por encima de los hombros. Las gafas escondían una cara muy bonita, aunque a primera vista no pareciese guapa. Además, aunque no llegaba a la altura de Isabel, también era alta y tenía las curvas preciosas, aunque normalmente las escondía.

El profesor de Historia del Mundo se Contemporáneo se coló dentro de la habitación mandando callar. Se quedó unos minutos en el umbral, con el cuerpo dentro pero la cabeza fuera, murmurando algo.

-Primera hora e historia, ¿os lo podéis creer? El coordinador no piensa en nosotros para nada, es un cabrón –Silvia se apoyó en mi mesa, inclinándose hacia atrás y quedando sólo sobre las patas traseras. Tenía el pelo castaño clarito, pero se lo había teñido durante el verano. En realidad, sólo tenía unas pocas mechas doradas, pero brillaban con la mínima luz y había empezado a parecer rubia. Junto conmigo, era la más bajita del grupo. Apenas pasábamos el metro sesenta y cinco.

Finalmente, el profesor se adentró en la clase, pero no lo hizo solo. Detrás de él entró un chico al que no había visto en mi vida: era alto, al menos quince centímetros más que yo, con pelo moreno. Parecía algo serio, tenía la mochila colgada del hombro y, aunque allí usábamos uniforme, iba vestido con tejanos oscuros y camiseta de manga corta. Se ceñía ligeramente al cuerpo y no era difícil adivinar que pasaba un par de horas al día trabajando en el gimnasio. Aun con todo, no parecía excesivo. Muchos chicos de clase se habían empeñado tanto con tener músculo que se habían pasado. Él parecía que se mantenía en un nivel perfecto.

No tenía las fracciones de la cara demasiado marcadas, sino más bien suaves. Sin embargo, en ese momento tenía un gesto contrariado, como si no le gustase estar allí, mientras nos observaba en silencio.

-Jo-der –oí que murmuraba Isabel. Sí, la verdad es que el chico nuevo estaba cañón. Sentí una punzada en el estómago, aunque no sabría decir por qué, y me encogí sobre mí misma.

-Bien chicos, escuchadme unos minutos –pidió el profesor. Pero todo el mundo se había callado ya y observaba al chico nuevo. –Sé que el año pasado todos estabais en este colegio, pero hoy tenemos también a un alumno nuevo. Este es Eric.

Todo se quedó en silencio. No era que el año pasado todos hubiésemos estado en el mismo colegio, sino que no llegaba nadie desde hacia años. Todos nos conocíamos desde que éramos pequeños.

-Creo que tienes un sitio libre al fondo, al lado de Diana –indicó el profesor. Todo el mundo se giró hacia mí y sentí que enrojecía. Yo era Diana y el nuevo venía hacia mí.

-Nena, creo que no ha estado bien dejarte plantada, ya te cambio yo de sitio –oí a Isabel murmurar, pero no quise ni mirarla. Sonreí a Eric cuando llegó a mi lado y el hizo un vago gesto con la cabeza, como si la cosa no fuese con él.

-Bueno Eric, háblanos un poco de ti –la voz del profesor me dio una excusa para apartar la mirada de él. Estaba demasiado roja y sólo se había sentado a mi lado. – ¿Cómo has dicho que te apellidabas?

-No lo he dicho –murmuró él con una sonrisa enorme y muy blanca. El profesor sonrió a su vez. Su voz sonaba demasiado seria, dura. Pero tenía un toque que me gustaba, no sabría describirlo. –No tengo mucho que contar, vengo de una gran ciudad, esto es muy pequeño.

Tenía razón, vivíamos en un pueblo en el que no había apenas mil personas. Absolutamente todo el mundo se conocía. Eric sonreía amistosamente, pero ahora que le tenía cerca veía que du mirada estaba seria. Tenía los ojos más azules que había visto nunca, preciosos. Tragué saliva, nerviosa. Mis amigas no nos quitaban ojo. En realidad, nadie lo hacía. Las chicas babeaban mientras que los chicos parecían contrariados: nunca habían tenido competencia nueva.

-¿Os habéis mudado por el trabajo de tus padres? –siguió cuestionando el profesor. Eric no pareció contento con el interrogatorio, pero mantenía una sonrisa tan ancha que llegué a pensar que eran imaginaciones mías.

-Sólo ha sido un cambio de aires –dijo él. El profesor asintió con la cabeza mientras ordenaba hojas sobre la mesa. ¿Un cambio de aires? ¿Sin razón?

-Bien, ¿estudiaste Historia del Mundo Contemporáneo el año pasado?

-Teníamos Historia del Arte.

Él volvió a asentir, pero no pareció del todo contento con la respuesta. No entendí muy bien por qué, nosotros tampoco habíamos tenido historia el año anterior, estábamos igual que él.

-Bueno, bienvenido. Pide ayuda si lo necesitas.

Eric asintió a mi lado. Yo ya tenía los libros sobre la mesa y me apresuré a sacar folios blancos para poder coger los apuntes. El profesor encendió un proyector y enfocó en la pared blanca una serie de diapositivas en un Power Point. Nerviosos, todos empezamos a copiar lo más rápido posible. A mi lado, sin embargo, Eric seguía en la misma postura, apoyado contra la silla con desgana. Estaba segura de que su mente no estaba en la explicación, igual que la de todas las chicas que aún estaban mirándole. Estaba claro que, si era su intención, no iba a pasar desapercibido.

Me sentía incómoda a su lado. No sabía bien cómo explicarlo, pero creo que estaba relacionado con lo poco que había dicho. En todas las preguntas se había ido por las ramas: con la tontería no había dicho su apellido y había esquivado perfectamente la pregunta sobre sus padres.

La clase fue larga. Era verdad, no era agradable tener historia a primera hora. Cuando terminamos, sentía cosquilleos en la punta de los dedos de tanto escribir y no podía mover bien la muñeca.

Al sonar el timbre, todos suspiramos de alivio. El profesor murmuró unas palabras que pretendían ser agradables sobre que el primer día nunca era fácil y empezó a recoger el ordenador.

Eric, tal y como había llegado, se fue. Ni siquiera había sacado los libros, así que tampoco tuvo nada que guardar cuando se terminó. Isabel había venido directamente a la mesa a intentar hablar con él, pero el chico estaba de pie y encaminándose a la puerta antes de que llegase a nuestro pupitre.

-Adiós, guapo –Isabel guiñó un ojo por encima del hombro y él se giró un segundo, esbozando una media sonrisa. Sin embargo, no se detuvo ni contestó a la provocación. –Es increíble –mi amiga separó las sílabas, todavía mirando la puerta por la que había desaparecido.

-No lo sé, no parece muy de fiar –contesté no muy segura. Las cinco nos reunimos sobre mi mesa.

Julia se colocó de un saltito sobre la mesa, cruzando las piernas. Se podía decir que era la menos agraciada del grupo, aunque yo nunca había opinado lo mismo. Julia era guapísima. Tenía el pelo muy negro, no demasiado largo, sólo le llegaba un poco más debajo de la barbilla, y algo ondulado. Y tenía ojos claritos, azules. Siempre había pensado que eran preciosos, pero después de ver los de Eric no estaba segura. En conjunto, tenía la cara más dulce que había visto nunca, pero estaba algo gordita. No era nada exagerado, pero todas sabíamos que era su punto débil.

-¿Habéis hablado? ¿Ya te lo has ligado? –me preguntó pasando el brazo por encima de mi hombros.

-No hemos cruzado ni una palabra, se ha quedado toda la clase ahí sentado sin hacer nada –respondí mientras guardaba el horario en la mochila. Teníamos Técnicas de Laboratorio, por lo que ponía en mi horario nuevo, y sabía que la clase no estaba en ese piso, así que me encaminé hacia la salida. No quería quedarme de nuevo en la última fila.

Los pasillos estaban casi vacíos: el colegio era demasiado grande para nuestro pueblo. Siempre me preguntaba cómo podían mantenerlo, porque no había muchos padres para pagarlo. Sin embargo, estaba situado al lado del cementerio y seguramente tampoco podían sacarle demasiado partido al terreno.

-Me da mala espina –admití subiendo las escaleras. Mis amigas rieron.

-Vamos, no tienes porqué tomarla con él porque no hayamos pasado a buscarte –Julia volvió a acercarme a ella, como para tranquilizarme.

-No ha dicho nada sobre él –me defendí. –No ha querido dar ningún dato.

-Piénsalo: ¿tú te pondrías delante de una clase con treinta alumnos a hablar de tu vida? Yo no.

No quería darle la razón, pero yo tampoco lo hubiese hecho. Tal vez sólo era tímido.

-No es tímido, es misterioso –Isabel irrumpió en la conversación cuando casi habíamos llegado al aula. –Y eso me pone un montón.

-A ti todo te pone –se quejó Julia, riendo. – ¡La última que llegué vuelve a quedarse sola!

Después de gritar, echó a correr por el pasillo e Isabel y yo corrimos detrás.

PRÓLOGO


Venecia, Junio de 2012 

Le había encontrado. No podía creer que, después de tanto esfuerzo, ella estuviese allí. Cerró la puerta tras de sí sabiendo que era una medida estúpida teniendo en cuenta quién le perseguía. La casa no tenía luz, pero sus ojos veían perfectamente en la oscuridad, así que atravesó el cuarto sin dudar y abrió la ventana, a la vez que la puerta reventaba con una sonora explosión.

El chico se giró a tiempo para ver como ella entraba con una sonrisa siniestra en la cara.

-Me alegra volver a verte, querido –susurró con la voz más fría del universo. Él no pudo evitar estremecerse, pero no iba a dejar que el miedo le paralizase.

Hizo surgir una bola de fuego y la lanzó contra la chica, que la hizo desaparecer con un sencillo gesto acompañado de una risa. Sin embargo, él había conseguido el tiempo que quería para salir por la ventana.

Saltó desde el tercer piso cayendo de forma elegante sobre el suelo, doblando las rodillas. Miró un segundo hacia arriba para ver como ella se asomaba y, sin esperar más, echó a correr.

 Todos los años de su vida que era capaz de recordar los había pasado queriendo huir de ella y de quien la había ayudado. Desde hacía unos años incluso parecía sencillo, nadie había dado señales de vida y era tan fácil como ir cambiando con frecuencia de residencia, sin un sitio fijo y sin llamar demasiado la atención.

Giró la esquina por las pequeñas calles de Venecia y se dijo que, si era necesario, saltaría dentro del Gran Canal. Recorrer las pequeñas calles desiertas le hizo sentir inseguro. Con gente delante sería más fácil evitar la lucha, pero en esos momentos y a plena noche, estaba perdido. Saltó por encima de un pequeño canal, imposible para una persona normal, pero sencillo para él, y cogió una curva pronunciada.

Su sentido le dijo que se detuviese antes de llegar al siguiente cruce y supo que había alguien al otro lado, pero ella todavía le seguía.

Tiene un nuevo aliado, pensó para sí mismo. Giró y quiso coger otra bocacalle antes de que fuese demasiado tarde, pero notó que algo le golpeaba en la nuca y se dejó caer hacia adelante, parando el golpe con las manos.

La visión se le volvió borrosa unos segundos y enseguida lamentó no haber reaccionado antes. Su nuevo enemigo lanzó una fuerte patada contra su estómago y notó que le fallaban las manos y caía al suelo de bruces, sin aire. Dio un par de bocanadas rodando sobre sí mismo.

-Casi te me escapas –susurró la voz femenina y fría que tanto conocía. Se estremeció en silencio, recordando que aquella voz había llenado sus pesadillas cuando era un crío. Vio como ella besaba a un chico de pinta siniestra, el mismo que le había detenido. Quiso ponerse de pie y huir, pero notó un fuerte calambre y se mantuvo en el suelo.

Ella se arrodilló unos segundos a su lado y le cogió del cuello de la camiseta, tirando con fuerza de él hacia arriba.

-Que guapo estás –murmuró con aire interesado. Volvió a dejarle sobre el suelo y colocó la mano sobre su pecho, casi con una caricia. –Más alto, más fuerte, mucho más… hombre, de lo que te recordaba.

El chico de su espalda se aclaró la garganta con visible disgusto y ella rio mirándole de reojo. Después suspiró sin apartarse de su presa.

-Llevo años detrás de ti, has sido bueno huyendo –se colocó el pelo corto detrás de la oreja y sonrió. –Ahora, sé buen chico y no te resistas.

-No volveré a aquella vida –negó él todavía en el suelo.

Ella chaqueó los dedos con una sonrisa socarrona y le chico que la acompañaba le agarró con fuerza de las muñecas, obligándole a ponerse de rodillas e inmovilizándole.

-Acabarás cediendo –aseguró ella agachándose en el suelo para quedar a la misma altura y mirarle a los ojos azules. –Primera oportunidad, ¿quieres trabajar para mí?

-No –dijo el de forma contundente.

-De acuerdo –contestó ella con una media sonrisa. –No esperaba menos de ti.

Agarró al chico del cuello, como si fuese a asfixiarle, y cerró los dedos con fuerza alrededor de su cuello. Él subió la mirada hacia el cielo cerrando con fuerza la mandíbula, notando como los tentáculos de su magia se colaban dentro de su mente y le provocaban el mayor dolor del mundo. Pero no le oiría gritar tan fácilmente.

Ella apartó la mirada y él se dejó caer hacia adelante, jadeando. Notaba pinchazos en los pulmones cada vez que cogía aire y las gotas de sudor cayendo por su frente. Cerró los ojos con fuerza y se esforzó por mantenerse alerta.

-¿Qué me dices ahora, cielo? ¿Quieres unirte a mí?

-No... –repitió él una vez más, subiendo la mirada con esfuerzo hasta ella.

Notó la mano cerrándose alrededor de su cuello y cerró los ojos con fuerza, intentando contener un grito. A su espalda, notó que el chico le soltaba. De todas formas, no podría defenderse, estaba completamente a su merced.

-Podemos seguir así toda la noche –dijo ella con voz fría.

Él se estremeció un segundo y, cuando el dolor cesó, se dejó caer apoyándose sobre las manos.

-Vamos, sabes que vas a ceder, es más fácil ahora que al amanecer –le cogió de la barbilla y le hizo subir la cabeza hasta encontrarse de nuevo con sus ojos. – ¿Trabajaras para mí?

Notó como el pelo se le metía en los ojos y parpadeó, nervioso, pero sin fuerzas como para apartarlo. En un segundo, le fallaron los brazos y cayó al suelo, pero se esforzó por incorporarse de nuevo.

-No –repitió una vez más, subiendo la mirada con orgullo.

Ella le cruzó la cara de una bofetada, perdiendo toda la paciencia que le había caracterizado hasta el momento. Él no pudo evitar una pequeña sonrisa al sentir que la estaba poniendo nerviosa.

-¡Acabarás cediendo aunque sea por las malas! –gritó ella. Una vez más él notó cómo le cogía de la nuca y tiraba de él hacia atrás.

Un rayo cruzó en cielo mientras sentía su magia, más poderosa que nunca, hurgando en su interior, sacándole hasta el más mínimo resto de energía y haciendo que lanzase un alarido de dolor al cielo. Oyó como ella reía y se sintió impotente, notando que su cuerpo fallaba y se estremecía de dolor.

El hechizo paró y él cogió aire, intentando no desmayarse por el dolor.

-¡No conseguirás nada! –gritó antes incluso de que ella se lo preguntara.

Ella tiró de su pelo y, con la otra mano, clavó las uñas en su piel, haciendo que volviese a gritar de dolor. ¿Es que nadie le oía? Era imposible, por muy de noche que fuese, que no hubiese nadie en la calle. Gritó de nuevo, furioso consigo mismo por no poder resistir sus ataques, por no poder defenderse mientras la oía a ella y a su amigo reírse de él. Por no ser capaz siquiera de contener los gritos.

Pero, a pesar de todo, y por mucho que se esforzase, no podía contener los alaridos desgarradores que se escapaban por su garganta. Una vez más se dejó caer al suelo por completo, sin poder contenerse. Notó unas suaves convulsiones. Ella se inclinó a su lado y pasó la mano por su mejilla, como en una caricia que podía haber sido dulce, pero era demasiado fría.

-Júrame lealtad –pidió en voz baja. Él cerró los ojos con fuerza unos segundos. Algo en su interior le decía que luchase más, pero no quería seguir sufriendo aquel dolor. Las convulsiones del anterior ataque aún no habían cesado y sabía que ella estaba dispuesta a seguir así el tiempo que hiciera falta, pero él no aguantaría vivo demasiados ataques.

-Lo juro –murmuró con lágrimas en los ojos. Ella extrajo una pequeña navaja y le hizo un corte en la mano, para después hacérselo a sí misma y juntar la sangre, sellando el pacto mientras él se dejaba hacer, impotente.

-Y recuerda, cada vez que me falles, este dolor volverá –susurró ella cerca de su oído. Después besó suavemente sus labios y rio, alejándose con la silueta y dejándole tirado en el suelo.